Trabajando y Jugando

Lanean eta Jolasean.José Ramón Urtasun

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jueves, 20 de diciembre de 2007

HARRI BELTZA

Publicado por Patxi Goñi

HARRI BELTZA
Los tiempos han cambiado y los que sobrevivieron al naufragio del estrecho ya llevan años entre nosotros. La amistad ha unido a hombres diferentes, granjeros y tratantes de ganado que descubrieron una comunidad de intereses y una cercanía de espíritu cuando empezaron a compartir el mismo lugar. El forastero aprendió una lengua nueva y el que ya estaba supo que había una forma eficaz de animar a los bueyes acariciándoles el lomo con la mano tendida. Entendió que el animal de tiro podía responder a la voz susurrada sin que le azuzasen con la madera de los viejos pastores.

Aunque se cubran la cabeza con colores distintos, Kexeta y Manu son parientes desde que el primero murió sin hijos y comprendió que su estirpe debía continuar en el segundo como un árbol de ramas inquietas. En su modo de respetar a las bestias y de arrastrar la piedra oscura, Kexeta vio el parentesco en el amigo y pensó que no encontraría un heredero más cercano. Quizá por eso hay un parecido en los relieves, una hermandad en los trazos que adornan el fez del desierto y la superficie del túmulo que sobresale. El día en que el baserritarra se fundió con la tierra formando un único polvo, quedaron al aire muchos huesos antiguos y resultó que eran antepasados de Manu.

Ahora que se desmoronan los símbolos de pureza, el roble de nuestros padres ha dejado de ser un tronco cargado de nostalgias para convertirse en un árbol más con toda la felicidad de las cosas comunes. Volverá a florecer en un mundo mestizo y en primavera le saldrán hojas nuevas, no una armadura contra invasores, sino un follaje de esplendor. Y los que busquen sombra debajo de él, entenderán que una planta erguida hacia la luz no puede ser nunca un canto a lo que nos diferencia, será una cabaña habitada donde querremos encontrarnos como niños.

Cada vez que Manu tire de la roca negra más deprisa que nadie, se acordará de su ancestro Kexeta, del paisano que le reveló el sentido de las palabras. Le dedicará el triunfo con los bueyes y respetará un minuto en cada victoria rezando un salmo frente a su tumba. Esta tierra no se parecerá a la de hace cien años, ni a la de los tiempos en que los hombres azotaban a las reses con una vara de abedul, pero seguirá siendo un lugar amable para pasar la eternidad.